jueves, 5 de noviembre de 2009
Tras “la muñeca humana” está una víctima de la violencia
En la Plaza Botero, de Medellín, hay dos tipos de esculturas: las de bronce del conocido pintor y escultor Fernando Botero y las “humanas”, como las que representa María Gladys Múnera, quien fue desplazada de su tierra y para sobrevivir se volvió artista de la calle.
Por Natalia Gutiérrez Agudelo y Viviana Ospina Medina
bitacora@eafit.edu.co
Es una mujer de 47 años, bajita y de contextura gruesa. El verdadero color de su cabello se esconde en la peluca blanca y en el sombrero azul con figuritas rosadas que lleva puesto y que hace parte de su peculiar atuendo. Un pantalón rosado, un delantal blanco, unos guantes y unas botas doradas acompañan a “la muñeca humana”.
Su cara está cubierta con maquillaje blanco, sus labios pintados de rojo, al igual que una pequeña parte de sus dientes que es imposible que pase inadvertida ante las sonrisas que le regala a su público. Lleva lentes oscuros de marco blanco para protegerse del sol y parpadear con tranquilidad.
Apoyándose en una reja se baja de su silla, mientras intentamos descifrar lo que dice a través del sonido del pito que tiene en la boca. Advierte que debemos darle algo de dinero por la entrevista, puesto que no sólo es una muñeca sino que va a regalarnos parte de su tiempo y su trabajo.
Aceptamos, pero le advertimos que somos estudiantes y que la contribución no va a ser superior a mil pesos: “¡Ja, ja, tranquilas que yo les colaboro mucho a los estudiantes!”, dice.
La tragedia que carga
Gladys Múnera llegó a Medellín hace 9 años procedente del municipio de Remedios (Nordeste de Antioquia): la violencia le arrebató su hogar, su negocio, sus sueños y el futuro de sus hijos: “Me tocó salir con las mudas de ropa, con mis hijos y mi nieta. Me advirtieron que en un término de 24 horas debía salir si quería conservar mi vida”.
Los primeros días en Medellín fueron muy difíciles. Comenzó vendiendo medias en el Centro de la ciudad, llegando a veces con tan sólo con 7 mil pesos a su casa o incluso sin nada de dinero, lo que implicaba devolverse a pie y con las manos vacías.
“Algo duro, pero duro en la vida es tener que salir de la casa, de sus pertenencias y llegar casi a mendigar. Aquí es donde comienza uno a desmembrarse”.
En medio de la hostilidad de un mundo citadino y completamente extraño, el señor que le alquiló una pieza para ella y su familia la echó a los 15 días de su llegada porque no le había pagado tres meses de arriendo por adelantado.
Como si fuera poco, le tocó criar a sus hijos sola pues a su esposo lo asesinaron.
A Gladys le cambia la cara cuando se le pregunta por la mujer que hay detrás del disfraz. Con una mirada radiante responde: “Soy noble de corazón, amorosa, tierna, emprendedora. Tengo tres hijos y tres nietos. Vivo y muero por cada uno de ellos y por ellos precisamente es que estoy aquí, quiero sacarlos adelante, quiero llegar con ellos hasta el final”.
Debido a los múltiples inconvenientes por los que ha pasado durante los últimos 9 años, se ha visto en la obligación de convertirse en artista callejera, un “don” que, según ella, le ha dado Dios.
Afirma que su oficio es arte precisamente por pararse todo un día a hacer reír a las personas, disfrazarse, meterse dentro de la piel de los personajes y hacerlo despreocupadamente y sin vergüenza.
De todo en la vida…
Después de mucho luchar con permisos que les daban por horas o que simplemente no les daban, María Gladys consiguió crear un grupo de 10 artistas callejeros que lograron que el subsecretario de Espacio Público de Medellín les concediera un permiso de trabajo que renuevan cada tres meses.
Ese permiso los libra de estar corriendo de un lado para otro y protección con la Policía frente a quienes los ven como mendigos o ladrones.
Personas de universidades, discotecas y centros comerciales se les acercan y observan el trabajo: “Ellos miran y sí les gustó piden el número de teléfono o la forma de ubicación y nos contratan por horas”. Los precios varían según el lugar, pero oscilan entre los 50 y los 80 mil pesos la hora.
Lo que María puede ganarse en un día varía entre 80 y 100 mil pesos en buena temporada, hasta 3 o 4 mil pesos en tiempos lluviosos.
Y como si San Pedro hubiera escuchado, el cielo comienza a ponerse gris y en cuestión de minutos empieza a llover. “Vámonos para allá”, señala Gladys. Corremos hasta la estación Parque Berrío donde el Metro sirve como refugio mientras escampa.
Una de las cosas que tuvo en cuenta para crear la muñeca fue la niñez, puesto que considera a ese tipo de público es muy apetecido ya que “los niños, al ser creativos, ingeniosos y muy colaboradores, valoran cada uno de los movimientos y sonidos que reproduzco, llegan con monedas o billetes, no a comprar dulces sino a comprar sonrisas”.
Resurgir de las cenizas
Muchas experiencias buenas y malas han marcado la vida de Gladys como, por ejemplo, el aprecio de las personas y la admiración de personajes a los que ella cataloga como “muy importantes”, como el ex jefe del gobierno de España, José María Aznar, quien en una visita a Medellín la vio ahí, sobre su silla de plástico: “Yo me sentí muy feliz. ¿Imagínese que alguien tan importante haya venido desde tan lejos a vernos? Yo, mejor dicho, no cabía de la dicha, porque él se quedó un rato mirándome”.
Entre los personajes que representa doña Gladys están la fresita, la dama antigua y la campesina. Pero el que más la marcó fue la estatua blanca, con el cual comenzó a trabajar: “Fue en el municipio de La Estrella, en las fiestas del Romeral. Sentí nostalgia, dolor, me sentí mendiga porque yo tenía que esperar a que me echaran una moneda”.
Al escucharla se comprende que detrás de todo ese maquillaje y “trajes de luces” se esconden personas dignas con historias trágicas, con vidas duras que prefirieron encarnar personajes antes que ir a robar o enfilarse en grupos armados. Encontraron en el don de la risa la forma para resurgir de las cenizas.
Actualmente María Gladys Múnera vive en el barrio El Regalo de Dios, ubicado en el municipio de Guarne. Hace su recorrido de lunes a sábado durante 50 minutos para ubicarse en la Plaza Botero, con la fiel esperanza de reconstruir sus sueños y el futuro de sus hijos.
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Me pregunto si sería posible que las niñas que realizaron esta crónica pueden pasarme el contacto de la señora Gladys Múnera, pues deseo hacer un documental sobre este tema, y he visitado varias veces el sector pero me ha sido imposible ubicar a los desplazados que allí laboran.
ResponderEliminarEn realidad mi equipo de trabajo y yo agradeceriamos mucho la colaboración!!