martes, 27 de octubre de 2009

Prostituta a los 10

El sector de Prado Centro se ha convertido en una plaza de prostitución infantil en Medellín. Niñas desde los 9 años se pasean por sus calles buscando en el sexo una manera de sobrevivir. Karen, hoy con 12 años, quien pasó dos en las calles de este barrio viviendo de eso, habla sobre su experiencia.



Por Elisa Restrepo Posada
erestre2@eafit.edu.co

Es apenas una niña. Tiene 12 años pero ha vivido como si tuviera 30. Por su vida ha pasado una lista interminable de hombres desconocidos que le pagan por tener sexo.

Sabe bien cómo es la calle. Aprendió a sobrevivir en ella a las malas durmiendo en las aceras, robando e intentando adormecer el hambre oliendo sacol [pegante] y consumiendo otras drogas que hacían de ese paisaje de pavimento un mundo de fantasía en el que se juega a ser mayor.

Como ella, muchas niñas viven de la prostitución. Y Prado Centro es el lugar, la plaza en la que se pasean y se venden.

Aquel barrio de ceibas y guayacanes, de mansiones de patios amplios y techos altos, se convirtió en un lugar de estrechos callejones, de hoteles de mala muerte, de bares y talleres. Los juegos de rondas se volvieron juegos sexuales que convirtieron la zona en una plaza de ladrones, bailes, peleas y vicio.

Después de dos años de vivir en la calle y “vender su cuerpo”, Karen recibe hoy ayuda de una fundación que trabaja con pequeñas prostituidas, en donde estudia y vive cómo lo que es: una niña. Hoy que puede mirar hacia atrás sin miedo cuenta su historia:

“Mi nombre es Karen, tengo 12 años, viví dos años en la calle trabajando en la prostitución”.

¿Por qué llegaste a trabajar en la calle?
“Porque unas amigas mías, Vanesa y Cristina, me llevaron pa´ donde un señor que se llamaba Pacho a que me dejara tocar y él me daba 20 mil pesos.

Yo estudiaba y me iba pa’ mi casa y ellas iban por mí, y isque, ‘!ay venga vamos a jugar patines, que usted dejó los patines en mi casa!’. Y yo les dije, ‘ay vamos pues’. Y dijeron, isque vamos a donde un señor que él me daba plata pa’ que me dejara tocar. Y yo iba y él me daba 20 mil por dejarme tocar.

Y de ahí me llevaron pa’l Centro y a mí me quedó gustando el Centro y mi mamá me iba a buscar con los policías y yo me le escapaba y me volvía pa’l Centro”.

¿Qué es lo más duro que te ha tocado vivir en las calles?
“Cuando matan a la gente, cuando les meten puñaladas a mis compañeras de trabajo o cuando se agarran a peliar o cuando los tombos [policías] violan a las pelaitas o también las maltratan”.

¿Y cuántas amigas, niñas cómo tu, ejercen la prostitución?
“Muchas… Yo tengo muchas amigas pues que hacen lo mismo que yo”.

¿Tus papás te obligan a trabajar en la calle?
“No. Mi mamá no sabía que yo trabajaba en la calle dejándome tocar, pero ya que se dio cuenta yo le dije que quería cambiar mi vida y le pedía mucho a Dios para que me ayudara.

Y ya conocí a la tía Patricia. Ella me dijo que había un internado que se llamaba Brazos Abiertos, que allá podía cambiar, dejar el vicio y me podía venir para acá a hacer un proceso y a cambiar mi nueva vida, empezar de nuevo”.

¿Quieres compartir alguna experiencia de la calle?
“Es muy maluco vivir en la calle porque uno tiene que dejarse tocar de los hombres pa´ poder sobrevivir en la calle, pa’ que no le toque vivir en la calle, pa’ poderse bañar… y también pa’… porque a uno también lo tienta mucho el vicio y no lo puede dejar fácilmente, como las otras compañeras que están en la calle. Y yo digo mi historia porque sí. Pa’ las que no quieran el vicio que no lo cojan”.

¿Desde cuándo consumes drogas?
“Yo tiro vicio desde los 9 años porque me llevaron mis amiguitas a tirar sacol y ahí me empezó a gustar y ahí, pues yo también le robaba la plata a mi mamá para irme a comprar el vicio y ya cuando me iba a trabajar se la colocaba donde la había dejado”.

¿A partir de qué precios consigues sacol, quién te lo vende, dónde te lo venden?
“Yo consigo el sacol en la ferretería de La Mona, lo venden a 1.000 pesos, a $1.200 o a $2.000 y la media vale $3.500. Y de eso consumíamos todas: todas nos compartíamos el vicio. Pues y así… sacol, marihuana, perico, rueda y cigarrillo”.

Si tenías una casa, una familia y estudiabas, ¿por qué decidiste irte para la calle?
“Porque, pues me pareció bueno estar en la calle y ya. Pero me acordé de que la calle no es buena para mí y ni para nadie”.

Algunas cifras de la infamia
3.430 es el número de niños en las calle de Medellín que ejercen algún tipo de “retaque” para subsistir, según el último censo realizado por la Alcaldía de la ciudad.

30% es la cifra estimada por el Centro Día de Habitantes de la Calle que son de sexo femenino y que en su gran mayoría están dedicadas a las drogas y a la prostitución.

85% es el porcentaje que el habitante de la calle destina de su ganancia diaria para consumir sustancias psicoactivas.

3.500 pesos es el valor por el que entrega una madre a su hija entre los 7 y los 13 años para que tenga relaciones sexuales con otros habitantes de la calle.

13 años es la edad promedio en la que un niño de la calle decide cambiar el pegamento por drogas más fuertes y adictivas. No lo hace para calmar el hambre, lo hace porque así lo ha aprendido.

Estas son apenas algunas de las cifras de mendicidad infantil en la ciudad proporcionadas por el Dane (Departamento Administrativo Nacional de Estadística) y por la Alcaldía de Medellín.


Para mayor información visite:
http://www.medellin.gov.co/nomaslimosnas/cifra.html


Este testimonio hizo parte de la investigación que mereció el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2009.

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