lunes, 26 de octubre de 2009

Mimos callejeros: la vida no es color de rosa

¿Quién se esconde tras el maquillaje, el vestuario y el oficio que muchos consideran arte popular y otros simple invasión del espacio público? Primera entrega de un reportaje sobre artistas callejeros de Medellín.



Por Natalia Gutiérrez Agudelo y Viviana Ospina Medina
bitacora@eafit.edu.co

El origen de los mimos se remonta al tiempo de los griegos y los romanos, en el Mundo Antiguo. En aquel entonces, no sólo eran considerados farsantes del género cómico, el nivel más bajo, sino una especie de bufones hábiles en la gesticulación y en imitar las escenas de la cotidianidad de cada persona.

El mimo generalmente se vale de gestos y actúa en silencio, sus movimientos corporales son lentos y evocan un principio teatral: el arte del silencio, conocido también como la pantomima.

Pretenden expresar una historia sin mediar ningún tipo de lenguaje hablado. Su idioma y sus palabras son los movimientos que ejecuta, y su gesticulación es simbólica manifestándose a través del lenguaje corporal.

Los artistas callejeros que abundan hoy en las calles representando personajes son mimos. Sin embargo, muchos no los toman como tal, puesto que están acostumbrados a verlos sólo desde una dimensión, con rostros blancos y trajes negros, exagerando de forma cómica cada movimiento que una persona hace mientras habla, camina o come.

Por lo general, estos mimos callejeros permanecen de pie y sin parpadear; no obstante, algunos usan gafas de sol para evitar la irritación y el cansancio de los ojos, mientras otros acuden a pinturas en su rostro y cuerpo para llamar la atención.

Escogen cuidadosamente cada utensilio que complementa su traje, con el fin de que cada personaje interpretado cobre vida y pueda ser representativo: máquinas de café, herramientas de minero, un símbolo clásico de algún país, una sombrilla o un simple pito.

No siempre se les ha visto bien
En el mundo contemporáneo, esta clase de arte callejero se inició en Francia e Italia con mimos y magos que hacían uso de todo tipo de artilugios para atraer al público con espectáculos novedosos.

De igual forma había pintores en las calles que retrataban a las personas por unas cuantas monedas y al aglomerarse conformaban comunidades enteras de artistas que, en aquellos tiempos, no eran vistos con buenos ojos.

El mimo, sin embargo, siempre ha tenido una peculiaridad especial: al imitar a las personas provoca risas burlonas en los espectadores lo que produce un cierto aire de complicidad en aquellos que observan a quien es “víctima” del bufón.

Producto del desempleo
En Colombia la historia de estos artistas callejeros no ha sido tan rosa como en Europa. Con tres millones de personas en situación de desplazamiento a causa de la violencia, más del 45% por ciento de la población viviendo bajo la línea de pobreza y el 11.2% desempleadas, el oficio o arte de trabajar en la calle con frecuencia se convierte en una salida para subsistir.

La proliferación de artistas callejeros en Colombia comenzó en los años 80 en las grandes ciudades como Bogotá, Medellín y Cali. Allí se aglomeraban en plazoletas y parques representativos.

Poco a poco este oficio sufrió una metamorfosis puesto que al aumentar el número de personas que se dedicaban a trabajar en esto, cada uno empezó a buscar su sello distintivo, algo novedoso que los diferenciara de otros y llamara con más facilidad la atención del público.

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