Por Daniela Ardila
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Juan David vive en Campo Valdés, un barrio del nororiente de la ciudad de Medellín. Cursa kínder en la escuela Porfirio Barba Jacob porque cuando su tía Amalia Vasco lo llevó al Centro Educativo Campestre Colombo Italiano para ver su relación con los demás niños y con los profesores y que iniciara sus estudios allí, Juan David lo único que hizo fue sentarse en una esquina a llorar porque decía que no quería jugar ni tener amiguitos en ese lugar.
Su familia ha recibido asesoría de muchos profesores quienes piensan que Juan David tiene, en cierto grado, déficit de atención y que debe recibir medicación, además de estar en un colegio dirigido por sacerdotes, los cuales han demostrado su experiencia en el trabajo con este tipo de niños, tanto por su manera de exigir académicamente como por la disposición para asesorarlos.
Luego de mucho buscar, decidieron inscribirlo en la escuela del barrio para poderlo tener cerca.
Su mamá, Yaneth Arias, cuenta que asiste constantemente a reuniones con la profesora, quien asegura que mientras sus compañeros estudian y salen a jugar en los recreos, Juan David se dedica a dormir. Dice que su relación con los compañeros es de respeto, pero que en la mayoría de ocasiones no le interesa entablar una conversación o juego con ellos.
Juan David es consciente de la realidad y está al tanto de la actualidad y las noticias. |
Parece increíble escuchar, de boca de Yaneth Arias, que Juan David tiene un mejor feeling con los adultos y ancianos que están en su entorno que con los mismos niños de la cuadra.
Ella dice que en muchas ocasiones lo encuentra hablando con “la mamita” (él la llama así). Es una anciana de 87 años que vive al lado de su casa y cuando el niño no aparece por ningún lado, lo único que tienen que hacer es ir a buscarlo donde Blanca, como se llama.
Normalmente lo ven sentado a su lado haciéndole compañía y contándole historias de las caricaturas que ve o de sus juegos de Play Station. “Un día me sorprendió mucho escuchar a Juan David diciéndole a doña Blanca que él sentía que ella era una abuelita y que nunca la iba a dejar sola”, cuenta la mamá.
Un índigo artístico
Juan David es muy consciente de la realidad, tanto que cuando le pregunté acerca de lo que pensaba de las personas de bajos recursos, dijo: “Pienso que ellos son pobres, como los de Haití, donde había un terremoto”.
El tiempo que duró la entrevista, estuvo divirtiéndose con arcilla: un niño índigo. |
Su sonrisita no se borra ni un segundo de su rostro. Es un niño muy feliz y lo reconoce. Dice que la felicidad es que uno comparta con los juguetes con los hermanitos y sentirse querido por los papás. También que puede amar a mil personas sin importar que el tamaño de su corazón sea muy pequeño.
Su inocencia no tiene límites. Cuenta que ama mucho a sus dos papás porque son los mejores que ha tenido. Y que aunque su “papá de verdad” está lejos, piensa mucho en él y que el otro al que también llama papá es un amigo: un amigo que vive y duerme con su mamá.
Juan David tiene todas las características de un ser índigo artístico. Durante la realización de las entrevistas con su mamá, vecina y profesora, estuvo haciendo figuritas con arcilla y dibujando en las hojas posteriores de su cuaderno.
Pese a que no ha recibido la educación adecuada, continúa siendo un niño fácil de controlar en su hogar y con él que se puede entablar una conversación de manera fácil.
Es cierto que presenta problemas para relacionarse con pequeños de su edad, pero eso no ha sido un impedimento para vivir su infancia de la manera en la que lo hacen los demás. Es un niño al que le gustan los videojuegos, las caricaturas, los carritos y jugar con su hermano Andrés Vasco. Además, es muy sensible.
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