Por Daniela Ardila Toro, María Clara Jaramillo Muñoz y Ana María Jaramillo Vallejo
mjaram29@eafit.edu.co
Los estudiosos del tema dicen que estos chicos vienen a hacer un cambio en los valores, la educación, la familia y la sociedad en general, independiente de las fronteras y las clases sociales.
Comenzaron a nacer en los años 80 y para la década de 1990 ya era una cifra más notable. Esto, aseguran ellos, creó conmoción en la educación, en las familias, en la sociedad y hasta en la Iglesia, pues fue como si hubiesen llegado un montón de loquillos traviesos, cuestionadores, espontáneos, veraces e irreverentes a imponer el desorden en la comodidad y la inercia en las que se hallaban la educación y los hogares.
La siquiatría los ha considerado niños con enfermedades o disfunciones como hiperactividad, déficit de atención y problemas de comportamiento, tres clases de conducta que frecuentemente están mezcladas y que, dice, es necesario controlar con medicamentos.
Ya hay una abundantes literatura sobre el tema. |
La “ciencia espiritual” o antroposofía los llama “niños estelares”, que cobija no sólo a los “índigo”, que llegaron primero, sino también a los “cristal” que son los que están apareciendo ahora.
Quienes defienden estos conceptos piensan que, pese a que los “niños índigo” llegaron para generar cierto caos y cambios en las estructuras de control y en la educación, vienen también a hacer que el Hombre recupere “el ritmo armonioso del Universo” y que eso solo lo consiguen cuando todo a su alrededor está íntimamente relacionado con “el ritmo de la energía universal”.
También aseguran que, al nacer, están por encima del bien y del mal, pero es a partir de lo que su entorno le proporciona que van moldeando y tomando lo que se les ofrece en términos de nutrición y herencia.
El papel de los adultos está, según esa teoría, en permitirles encajar dentro de ese ritmo para que los niños estén sanos, sean autónomos, armoniosos y felices, con confianza y estabilidad emocional. Para ello se debe mediar para que el infante se acople a los horarios de rutinas de alimentación, de sueño, de aseo, recreación y juego.
Argumentan además que un niño que haya crecido en un “ambiente rítmico”, rodeado de reconocimiento y amor, logrará ser un adulto armonioso que podrá irradiar a los demás seguridad y paz.
Por ello aseguran que las terapias tradicionales no tienen tantos logros como las terapias holísticas, bioenergéticas, y/o espirituales.
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