jueves, 8 de abril de 2010

La república de Alicia


En Colombia crecen alrededor de 845 mil niños a los que la vida quitó de los brazos de sus padres por diversos motivos. La Casa de La Chinca es uno de los tantos hogares infantiles que les ofrece una nueva esperanza de vida a esos pequeños.





Por Analuisa Vieira
avieiram@eafit.edu.co

La niña de los crespos no duerme tranquila. Su fría habitación oculta recuerdos en forma de pesadillas y murmullos aterrorizados provenientes de los cuatro camarotes que acompañan el suyo. Hicieron falta cuentos y canciones de cuna antes de dormir, pero la niña de los crespos abraza a su oso de peluche y espera a que, como siempre, salga otra vez el sol.

Los días amanecen muy temprano. A las cuatro y media de la mañana, una voz chillona e insistente recorre el internado tratando de despertar a las 36 niñas que apenas entre sus sueños oyen el llamado.

Alicia, la niña de los crespos, poco a poco abre sus ojos y despereza su cuerpo. Aún parece ser de noche. Sin embargo, el cielo se torna de un azul cada vez más claro y el bullicio de ciudad empieza a rugir lentamente en Medellín.

Como Alicia, en Colombia crecen alrededor de 845 mil niños que la vida quitó de los brazos de sus padres por razones, en su mayoría, salidas de una película de terror. Situaciones que hasta el más atrevido de los guionistas teme escribir, pues sólo imaginarlas ya dan escalofrío.




Si los papás nos traen al mundo para educarnos y hacernos crecer felices, ¿cómo es posible que alguien llamado “mamá” haga todo lo contrario y pueda casi matar a golpes a su propio hijo? Si los papás nos traen al mundo para protegernos y velar porque nada malo nos pase, ¿cómo es posible que alguien llamado “papá” pueda abusar sexualmente de su propio hijo o dejarlo abandonado en la calle?

Y sí, suenan a película de terror, pero es la increíble realidad de Colombia.

Un hogar de oportunidades
La Casa de La Chinca es uno de los tantos hogares infantiles que se camuflan entre los edificios del sector de La Mota, al suroccidente de Medellín. Las niñas que allí viven son unas de las tantas niñas alejadas de su familia, que se camuflan entre los demás niños en los colegios de la ciudad.

La diferencia es que estas chiquitas no llegan a hacer tareas a una casa con papá y mamá, sino que se turnan el tiempo y la paciencia de Olga Isabel Escobar, para aprender a multiplicar, entender qué quiere decir “hello” o diferenciar los verbos de los sustantivos.


Olguita, cómo es llamada cariñosamente en La Chinca, es una de las educadoras que está pendiente día y noche de las niñas. “Mis labores dentro de la institución son como las de una mamá: voy a las reuniones de padres de familia, las matriculo en el colegio y las acompaño a las actividades”, dice con una sonrisa de satisfacción.

Y es que La Chinca, en sus 48 años de trabajo continuo, ha querido ser lo más parecido a una familia. Esto para que sus niñas extrañen lo menos posible ese entorno familiar que merecen como cualquier niño, pero que la vida les quitó.

En los ojos de Alicia y en los de sus “hermanitas” hay una profunda tristeza, hay miedos, inseguridad y rencor. Pero hay también una pizca de esperanza, producto de las oportunidades que les da este hogar, tal vez muchas de ellas más grandes que las que su familia les hubiese podido dar.

“Las niñas llevan una vida lo más parecido posible a las de sus compañeros del colegio: van a clases de deporte o arte por las tardes, salen mucho a pasear, tienen fiestas con niños de otras instituciones y hasta les celebramos sus quinces con vestido largo y bailando el vals”, cuenta Catalina Sierra, comunicadora de la institución.

La república de fronteras azules
Este es el país de Alicia. Una casa blanca de rejas azules que sirven de frontera para separar a las niñas de las crueles calles de Medellín. Las mismas rejas por las que las pequeñas manitos despiden a sus familiares después de obligadas y escasas visitas.

La república de Alicia tiene historia, jerarquías y normas que cumplir. Tiene su propia moneda que sirve para darse gustos pero, eso sí, hay que trabajar duro en el buen comportamiento para enriquecerse.

Es un país de colores vivos, juguetes regados por todos lados y carcajadas o llantos que se mezclan con un televisor prendido. Un país creado pensando en una mejor forma de vida para niñas sin país.

7 comentarios:

  1. QUE REALIDAD TAN CRUDA. QUIÉN AYUDA A LA CHINCA? DE DONDE SACAN DINERO PARA MANTENER A ESTAS CHICAS?
    SONIA

    ResponderEliminar
  2. Muy buen articulo compañera, te felicito, supongo que lo subieron a UPIU.

    ResponderEliminar
  3. Qué artículo tan bello y que historia tan conmovedora!
    Ana

    ResponderEliminar
  4. Esta realidad conmueve porque su dolor nos abraza cada día; pocos metros separan a cualquier medellinense de historias como las de las niñas en la Chinca. La solidaridad es el único camino en nuestra ciudad: que cada uno de nosotros apadrine un niño o niña vulnerable, como un hijo más, un hermanito más, un sobrinito o vecinito más. Si ya vive en un hogar sustituto como la Chinca, hacerle sentir también nuestro hogar como suyo, compartir alegría e inyectar sueños con esperanza. Es el camino para superar nuestro atraso y complejo de inferioridad como cultura.

    ResponderEliminar
  5. Excelente articulo! Un tema muy duro tratado de una manera muy bonita y positiva. Muy bien la presetnadora. Felicitaciones!

    ResponderEliminar
  6. Qué linda la narrativa del texto y qué bien producido el reportaje.

    ResponderEliminar
  7. Gracias a todos por sus comentarios! Hice este artículo con todo el corazón y me hace muy feliz saber que les gustó.

    Analuisa Vieira (Lulú)

    ResponderEliminar