Por Analuisa Vieira
avieiram@eafit.edu.co
Es tal el orgullo de ciudad que ni las largas filas que atraviesan juguetones chorros de agua son motivo de desesperación. Asistir a un evento en un muy buen puesto supone llegar al sitio con casi tres horas de anticipación, estar de pie bajo el sol primaveral que ha acompañado cada día los eventos y esperar un buen rato.
Sin embargo, y por más desconsoladoras que luzcan las circunstancias, existe un ambiente de positivismo, alegría y buena onda que hace que visitar una unidad deportiva, aún sin entrar a un evento, sea igualmente encantador.
Y es que pareciera que la gente no sólo ha comenzado a sentir un interés sin precedentes por la actividad deportiva, sino que cada visitante se ha tomado muy a pecho la responsabilidad de hacer que esta experiencia sea inolvidable para los visitantes y motivo de orgullo para la ciudad, hecho que ha puesto a la hospitalidad y la alegría paisas como los grandes anfitriones de los Juegos.
El cuadro es simpático: miles de ojos asomados entre los espacios de las novedosas texturas de las paredes verdes. Detrás, largas filas que intentan curiosear por las mismas rendijas, pero sin moverse mucho por temor a perder su puesto en la fila.
Todo esto acompañado de gritos de ánimo, gritos de susto y aplausos que nacen, ya sea por un gol, un clavado perfecto, un “home run” o una cesta.
La organización del evento se la jugó por que los Suramericanos fueran gratis y, un evento gratis, permite que llegue quien quiera llegar y en este caso, que entre quien alcance a entrar. Aun así es notorio que cada visitante, entre o no a las competencias, deja allí lo mejor de sí.
Estos espacios que se han creado alrededor del deporte han permitido que los medellinenses se crucen. Se mezclan los idiomas, camisetas, disciplinas, clases sociales, edades y colores que, sin darse cuenta, tararean con orgullo esa canción que suena una y otra vez entre los partidos “Juégate que empieza la fiesta en Medellín”.
Los Juegos Suramericanos Medellín 2010 son un hito en el progreso de la ciudad y hoy son también testimonio de que, a pesar de la multitud, el calor y el cansancio, Medellín y su gente siempre tienen una sonrisa sincera para los asistentes y gritos de aliento para los deportistas, sin importar si toca hacerlo a través de una rendija.