miércoles, 19 de agosto de 2009

Ciudadanos viven enjaulados en sus propios miedos

El temor al Chucho y a la Patasola (el mito rural más extendido en América Latina) se ha difuminado desde que las ciudades ganaron como centros para vivir. Hoy los miedos persisten, pero son otros.



Desde abril, el Bazar de los Puentes, situado sobre la avenida Oriental en Medellín, cuenta con un nuevo CAI de la Policía. Los comerciantes afirman que ya no hay tanto que temer en el sector.


Por Jessica Suárez C.
jsuarez1@eafit.edu.co

Si se le pregunta a cualquier transeúnte posiblemente diga que le teme más a un carro que al infierno o más a un asalto que al fin del mundo. Esto lo podemos comprender, según explica Adolfo Maya, sociólogo y profesor de la Universidad EAFIT, porque “los miedos como representación social son hijos legítimos del tiempo social y cultural que la sociedad vive”.

Es por ello que a lo largo de la historia se pueden identificar los miedos siempre ligados a la matriz cultural y política de las sociedades. Por ejemplo, en la Edad Media los miedos estaban ligados principalmente a la idea religiosa. Hoy, el desarrollo social en sus distintos ámbitos se concentra en las ciudades y por ello se habla de una tipología de miedos propios de las urbes.

Jean Delumeau, historiador francés, postuló como cierre a su proyecto sobre el miedo urbano en 2003: “El miedo no es sólo instintivo, sino que también puede ser una construcción social y cultural, una creación simbólica y, por eso, es posible tener miedo de personas o situaciones que objetivamente no representan ningún riesgo para nosotros”.

En general, se podría decir que se le tiene miedo a lo que no se conoce, sea algo tangible o de carácter simbólico. Y en particular, de miedos ligados a lo que sucede en las calles, con historias reales o ficticias sobre las ciudades y sus peligros.

A que le teme usted.mp3

El miedo de las víctimas
“Hay un miedo tremendo traducido en incertidumbre y en que las cosas más terribles de la guerra vuelvan a llegar a las ciudades”, afirma la antropóloga Natalia Quiceno, del grupo de investigación en Cultura, Violencia y Territorio del Instituto de Estudios Regionales (Iner) de la Universidad de Antioquia.

En su trabajo con víctimas de la violencia de barrios pobres de la ciudad Medellín, como La Sierra y Ocho de Mayo, Quiceno analizó las marcas del miedo, huellas que éste ha dejado en la forma de habitar el territorio o de construir redes de confianza colectiva.

Un comentario que se repetía entre las personas de poblaciones afectadas era: “Yo no sé ya quiénes son mis vecinos y yo no sé con quiénes mis vecinos están involucrados”.

La antropóloga señala que poco a poco se va superando el abandono de algunos espacios públicos de esta ciudad, pero los miedos relacionados con territorios que fueron considerados una amenaza son más difíciles de superar.

Hace énfasis en que se requieren proyectos de reparación con estas comunidades a largo plazo, que puedan dar respuesta tanto a los miedos particulares como colectivos, asociados con la memoria de guerra que pervive en Colombia.

La seguridad, la idea del momento

Para Adolfo Maya, el miedo es un lugar estratégico del poder porque a través de él se disciplina, cohesiona y se genera unidad. En Colombia atrapados por el miedo al secuestro, la corrupción o el terrorismo, la seguridad ha logrado posicionarse como un valor y una necesidad que está al parecer por encima del bienestar y la calidad de vida.


Natalia Quiceno lo reafirma: “Precisamente ese discurso de la seguridad se legitima a través de mostrar los miedos, y que de verdad puedes estar inseguro para yo poder brindarte seguridad… ¿A qué estamos asociando en esta ciudad la seguridad? ¿A un señor con un arma parado en una esquina o con que la gente tenga oportunidades de recreación, de educación, que tenga empleo, que tengan vidas más dignas? Aquí no asociamos la seguridad a eso”.

Ante la industria de seguridad que se desarrolla alrededor del tema, Maya sostiene: “Creemos estar seguros porque invertimos en ciertos dispositivos de seguridad, porque partimos de que el otro es la amenaza, y en la medida en que tengamos al otro en el límite que yo quiero que esté, tenemos seguridad”.

Entonces, además del alto precio que tiene la seguridad nacional, los ciudadanos corren por su cuenta con la compra de artilugios que hacen de las casas pequeñas prisiones: rejas, candados, alarmas e, inclusive, cámaras de seguridad. ¿Qué pasará cuando la amenaza venga de adentro hacia fuera y no cómo se suponía? Posiblemente estaremos atrapados en nuestras propias jaulas de hierro.

Sean los miedos relacionados con este “lugar común” que es la seguridad o los miedos que no admitimos siempre: como el miedo al rechazo, a no ser reconocido o a la exclusión, lo cierto es que en las calles, entre el sol y la lluvia, la gente no sólo tiene que sobrevivir a sus problemas cotidianos, sino también a los terrores que se apoderan de su mente.

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