lunes, 26 de abril de 2010

El vuelo de Moncho


Con 48 años de edad, Ramón Antonio Zapata Bolívar tiene muchas de sus metas en el aire, no porque sea un fracasado, sino porque ellas están a muchos pies de altura y sólo las puede alcanzar subido en su parapente. Perfil sobre un pájaro humano.




Texto y fotos Jhon Fredy Vásquez
jvasqu10@efit.edu.co

A 4.400 metros de altura sobre el nivel del mar, Moncho, como es conocido en su medio, piensa si no ha llegado muy lejos justo cuando ve pasar a dos gallinazos muy por debajo de él.

Curtido ya en los malabares del cielo, Ramón (foto) es un hombre prudente y precavido: ha aprendido en sus 18 años de experiencia como parapentista que hay malas decisiones que pueden costarle la vida.

Él describe a la naturaleza como una madre muy exigente que a veces reprende y a veces castiga, y sabe que en los predios del viento, que no es nuestro medio natural, las lecciones se aprenden duramente. Así, la madre naturaleza cobra las malas decisiones. Y esta ley aplica también en la vida cotidiana.

El arte de volar
El vuelo en parapente o planeador ligero flexible surgió a finales del siglo XX como respuesta a la necesidad de los montañeros europeos de descender en forma rápida de las altas montañas en sus quehaceres campesinos.

Los montañeros de Antioquia se sumaron a esta actividad pero más por deleite que por necesidad. Según Moncho, Medellín es pionera en Colombia en el arte del parapentismo y en la actualidad ha alcanzado un desarrollo tal que no se limita a la función descendente de su antecesor el paracaídas, sino que literalmente “se vuela” en parapente.

La técnica consiste en aprovechar las corrientes térmicas o dinámicas que se generan en la atmósfera, fruto de la influencia del calor solar y la humedad. Así, el vuelo en parapente siempre dependerá del clima y de la habilidad del piloto para reconocer las señales que le indican cuándo es un buen momento.

En tierra es la manga- veleta la que da las señales de velocidad y dirección del viento (es una especie de embudo cilíndrico o cónico hecho normalmente de un material impermeable y que por lo regular pende de un mástil alto, moviéndose a voluntad del viento). Donde hay una manga- veleta hay siempre actividad aeronáutica.


Los caminos invisibles
Ese universal sueño del hombre por seguir los pasos de Eolo tiene sus secretos. El parapentista que no necesita de una máquina para mantenerse en el aire debe reconocer ciertos códigos de la naturaleza que le permitan recorrer senderos que crea el viento: la forma de las nubes, el recorrido de las aves, la intemperancia del clima…

El desarrollo del vuelo en parapente se logra a través del perfeccionamiento de una serie de destrezas o habilidades que ayudan a sortear y aprovechar las condiciones del aire. Estas destrezas permiten al piloto no solo aprovechar las corrientes para conseguir altura, sino también para salirse de alguna situación peligrosa.

El peligro siempre está latente en este deporte, siempre hay un riesgo, pero el desarrollo de equipos, materiales y técnicas han hecho de este sueño una actividad muy segura.

Moncho cuenta que en Medellín solo ha ocurrido un accidente fatal, un turista extranjero que por volar bajo efectos de la droga perdió el control en su aterrizaje y se rompió el cuello contra un árbol. Por eso asegura que son las malas decisiones de los pilotos las que generan los accidentes.

Moncho ha creado un club de vuelo en el corregimiento de San Félix (municipio de Bello), se asoció con otros soñadores y entre todos crearon un acogedor espacio llamado Wayra. Allí, en un ambiente campesino y la mejor comida antioqueña, los turistas disfrutan de un precioso paisaje y enfrentan sus miedos en esa maravillosa aventura de volar.

Moncho dirige este proyecto junto con otros tres pilotos y un grupo de ayudantes que en conjunto garantizan toda la parte logística y la seguridad de los vuelos:

Juan Carlos Ríos, profesor de Ciencias Sociales, es un hombre amable y experimentado en el vuelo que siempre buscará una buena conversación en el aire.

Ferney Correa uno de los más jóvenes, quizá sea uno de los pilotos más hábiles en la zona. Tímido y nacido en la región, comparte su afición por el vuelo con las actividades del campo como el cultivo del café.

Robinson López, el tercero, es otro joven y experimentado piloto que dejó de volar en el sector de Matasanos (más al norte de Medellín) para unirse a este proyecto.

A estos avezados pilotos se les suman una secretaria que se encarga del registro de los vuelos, cobrar el dinero y velar por que todo esté en regla; y dos o tres ayudantes que mantienen en orden los equipos de seguridad y de vuelo, que la pista esté despejada para el despegue y el aterrizaje, y quienes ayudan al piloto y al pasajero al momento del despegue.

Volar es mágico
Las normas de seguridad son muy estrictas: cascos, paracaídas de emergencia, radio y para los vuelos con pasajeros, una especie de silla con airback que amortigua el aterrizaje.

Moncho se queda corto para describir la sensación del vuelo en parapente y solo piensa en la palabra magia.

Robinson describen esos maravillosos encuentros con las aves, los gallinazos que a veces los acompañan en sus viajes mostrándoles el “camino”, los gavilanes y halcones que a veces se posan en el ala o parapente, cuando no es que deciden agredir con sus garras, cosa que también ha ocurrido, o cruzar nubes de golondrinas, ver correr las vacas por el campo y apreciar la ciudad como una pequeña maqueta donde jugar a los gigantes.

Para ser un parapentista se debe estar alerta y con los sentidos muy activos y para ello es necesario estar siempre sobrio. Por eso Moncho elige pilotos sin adicciones.

Estos pilotos siempre recordarán con especial sentimiento aquella ocasión en que un pasajero les solicitó un vuelo para arrojar al viento las cenizas de un ser querido. Y es común que se regale de cumpleaños un vuelo en parapente porque, después de todo, ¡qué mejor regalo que volar!

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