Por Ana María Martínez
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“He salido de mi casa en la avenida El Poblado, cerca al Centro Comercial Oviedo, así como otros cuatro amigos de sus respectivas casas a cumplir con la cita de todas las semanas: subir hasta el alto de Las Palmas antes de trabajar o de estudiar, según el caso”, dice Federico Martínez, estudiante de Derecho.
A eso de las 5 a.m. ya han llegado muy puntuales los cinco ciclistas para darle inicio a al camino, cerca al Hotel Intercontinental. Llevan puesto un uniforme negro con el patrocinio de McDonald´s. Al verlos reunidos aún se les puede distinguir tanto por la bicicleta como por el casco que llevan puesto. Se reúnen por un instante, se saludan y sin hablar mucho cada quien va dando inicio.
Pedalazo a pedalazo van comenzando el tramo propuesto. Se oyen respiraciones suaves y otras un tanto más alteradas. Hace frío y el cielo ya está aclarando.
Estos cinco ciclistas no son profesionales, pero se toman este reto de la montaña como si lo fueran. Para ellos este encuentro no es solo diversión, también un compromiso mental que los ayuda a mantenerse en forma y a cortar sus límites, para siempre avanzar un kilómetro más sintiendo la velocidad en sus piernas.
Como dice Juan Andrés Gutiérrez, estudiante de administración en la Universidad EAFIT, “montar en bicicleta de ruta es sentir la velocidad a la que te puede llevar tu cuerpo, es un reto que compromete no solo las piernas sino la mente y cada centímetro del cuerpo. Porque la bicicleta es un deporte de rendimiento, de aguante y dedicación”.
Pedalazo a pedalazo se puede ver como cada ciclista va cogiendo fuerza y como cada bicicleta va aumentando la velocidad. De pronto los carros no parecen ser tan veloces y las líneas de la carretera se ven en movimiento. Pasan el restaurante Chuscalito y algunos colegios como el New School que quedan en la vía.
A lo lejos se ve una ambulancia y un carro en la orilla. Cuando el accidente ya es próximo se oyen algunas voces: “Que no sea un ciclista”, “Qué vaina, hombre, la gente sube muy rápido y sin mirar”. Detallan y efectivamente hay un ciclista herido.
Preguntan cómo pasó y un policía les dice que un carro subía con exceso de velocidad. En una curva se cerró más de la cuenta y se llevó al ciclista por delante. Sin hacer más comentarios siguen su camino y dejan atrás lo sucedido, como si fuera un recuerdo.
José Humberto González, ciclista regular de esta zona, comenta: “Yo subo todos los días Las Palmas y por semana hay más o menos uno o dos accidentes. La gente de los carros es muy irresponsable, suben muy rápido sin mirar por donde van y se llevan su buen susto cuando ya tienen un pobre cristiano por delante”.
Subiendo el grupo está un poco dividido. Adelante, los dos más viejos dan clases a los tres más jóvenes que, “chupando rueda”, aprovechan y miran hacia delante para fijarse en cada movimiento que hacen los hombres de la experiencia.
“Estos muchachos de hoy creen que la vejez no les da sopa y seco y sí que les da. Por eso es tan bonito este deporte porque no es solo habilidad, es experiencia, es de montar y montar todos los días de la vida”, dice Ricardo Puyo, unos de los adultos del grupo, con unos 50 años.
Ricardo Puyo y Fernando Mejía, los viejos del equipo, van callados, concentrados, porque la velocidad cada vez se hace más lenta y subir se hace difícil. En momentos como este pedalean, como dicen ellos, al son de los latidos de su corazón. Pum, pum, pum, pum y así no pierden la constancia, la regularidad entre pedalazo y pedalazo.
Los jóvenes más distraídos, comentan cosas y se quejan de la loma; sin embargo no decaen, son constantes y no le pierden el ritmo a sus guías veteranos que les enseñan a dar buenas pedaleadas y a nunca dejarse vencer por más difícil que sea un tramo.
Ya llegando al restaurante Doña Rosa se siente en el aire el cansancio. Por la derecha van Federico y sus amigos tomando agua, limpiándose el sudor, quitándose las chaquetas impermeables porque el calor ya se siente, ya está saliendo un poco el sol y aunque esta carretera es fría los músculos se van calentando y en este punto del recorrido ya se siente el sofoco.
Para hacer la última parte se siente la necesidad de más libertad, como de una renovación, entonces sin parar hacen todo lo anterior y de pronto vuelve la fuerza, el impulso, y como si salieran disparados por el ánimo van cada vez más rápido. Así llegan hasta la bomba Texaco antes del alto.
Mientras van acercándose a su meta ven como por la izquierda bajan y bajan grupos de ciclistas que ya coronaron la montaña y que ahora pueden disfrutar del viento en sus caras mientras la velocidad aumenta y el mundo cambia en sus ojos y todo pasa como si no existiera el tiempo.
Mirando a “los voladores”, nombre con el que se refieren a los que bajan, se emocionan un poco los jóvenes porque saben que ya están llegando a su meta.
Pero como dice el ingeniero de 29 años Andrés Jiménez, el joven que faltaba por mencionar de este equipo, “saber que ya vas a llegar es muy bacano porque es otro día más de lograr lo propuesto, pero no puedo negar que da nostalgia saber que por ese día ya se acabó la ruta. Entonces no dejas de pensar en el jueves o en el domingo que son los otros días de encuentro con la bicicleta”.
Ya llegando al final dan unas pedaladas que los llevan al punto más alto del alto, cerca del colegio Columbus School, momento en el que se reagrupan viejos y jóvenes. Paran, comentan cosas como el accidente, reafirman su asistencia para el día jueves y planean una ruta para el domingo.
Después de un largo rato de “cháchara” se ponen en movimiento, cogen ánimo y se despiden. Cada quien baja a su velocidad. Los jóvenes se arriesgan y lo hacen más rápido; los viejos, por el contrario, prefieren tomarlo con calma y disfrutar de lo que les que da el día de deporte, de aire fresco y de adrenalina.
De nuevo los carros no parecen ser tan veloces y las líneas de la carretera se ven en movimiento. La velocidad los abraza y los lleva por el camino de la vía hasta la realidad de la ciudad, para otro día de enfrentar las labores diarias.
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