viernes, 12 de noviembre de 2010

“Estaba seguro de que me mataba”

Los aviones Mirage 5, como el de la foto, estuvieron al servicio de la Fuerza Aérea Colombiana durante 38 años. Su retiro de operación se produjo hace dos semanas, el pasado 29 de octubre, en ceremonia especial en la base área de Puerto Salgar, donde siempre estuvieron asignados. / Foto Fuerza Aérea Colombiana.
Cuando piloteaba un avión de combate de la Fuerza Aérea Colombiana, el capitán Jorge Arango estuvo a punto de morir. Su nave quedó en pedazos y él, apenas por segundos, logró salvarse. Testimonio.

Por Elisa Ángel Correa
bitacora@eafit.edu.co

“Mi historia ocurrió el 12 de julio de 1985 cuando era piloto de aviones Mirage de la Fuerza Aérea Colombiana. Nuestra base quedaba en Puerto Salgar, Cundinamarca, cerca a La Dorada. Ese día salimos dos aviones a hacer una misión de entrenamiento hacia los Llanos Orientales.

Los dos aviones cumplimos con la misión y al regresar nos separamos con una distancia de dos minutos para aterrizar. Yo aterrizaba detrás. Cuando estaba todo listo, el tren de aterrizaje abajo y con la respectiva autorización para tocar tierra, sentí un golpe muy fuerte en el avión y luego la vibración de una lata.

Estaba seguro que un gallinazo había pegado contra una compuerta del tren de aterrizaje y la había dejado suelta. Entonces intenté hacer un sobrepaso para que el otro avión, que aún estaba en vuelo, revisara lo que me había pasado.

Para coger altura otra vez tenía que ponerle potencia a la turbina, pero al mirar los instrumentos me di cuenta que se estaban apagando. No lo noté en el momento del impacto porque, a pesar de lo ruidosos que son los Mirage, dentro de la cabina se siente más el aire acondicionado que la turbina. Con el avión apagado, la altura y la velocidad que llevaba, no tenía más opción que eyectarme.
El capitán Jorge Arango es hoy piloto
de la aerolínea Aires.

En la eyección uno normalmente jala una manija que está por encima de la cabeza. El cubre-cabina o carlinga que llamamos, se baja y un segundo después sale uno disparado con la silla a 19 fuerzas G. Cuando se cumple cierta velocidad y cierta altura la silla se separa de uno y se abre el paracaídas.

Habían pasado 10 segundos desde el impacto. Jalé la manija de eyección, se abrió la carlinga y salí disparado con la silla. Cuando me eyecté estaba seguro que me mataba porque todas las condiciones estaban en mi contra. Entre ellas, no había tiempo de que se abriera el paracaídas porque sólo estaba a una altura de 30 metros sobre el suelo.

La silla se separó y comencé a caer. Estando en caída libre me metí en la humareda que dejó el avión cuando se estrelló. Habían pasado seis segundos desde la eyección y el paracaídas apenas estaba comenzando a abrirse cuando sentí el golpe contra el suelo.

Caí en posición fetal sobre un pasto de más de un metro y medio de alto muy tupido y rodé aproximadamente 50 metros porque todavía llevaba mucha inercia del avión. Mientras rodaba vi un poste contra el que pensé que me iba a matar, pero tuve la suerte de pasar a un metro de él.

Fue un milagro que no me hubiera pasado nada grave. Me recogieron y estuve todo el día en el hospital de la base. Oriné sangre como nueve veces: desde las nueve de la mañana hasta las doce del día.

Yo veía muy preocupada a la médica que me estaba viendo y le dije: “Norita, ¿qué te pasa?” Y ella me respondió: “No… todas tus muestras de orina son pura sangre”. Entonces llamó a un amigo de ella, un urólogo del Hospital Militar, y él le dijo: “No se preocupe, es un maltrato renal por ese golpe y es muy normal que orine sangre por eso”.

Me repuse del todo y a los siete días estaba volando otra vez. Mi accidente fue un viernes y al viernes siguiente ya estaba volando. Del gallinazo lo único que encontraron fue un muslo chamuscado dentro de la turbina: fue la única prueba que hubo, nada más.

A los seis meses conocí a un campesino en La Dorada que me dijo: “Hombe, imagínese que yo una vez vi un avión que estaba aterrizando, vi un gallinazo que se le metió, salió humo y después vi que el piloto salió disparado”. El tipo no sabía que era yo el del cuento”.

Siempre por los aires
Jorge Arango Dal estuvo rodeado desde pequeño por la aviación. Las mayores pasiones de su padre León Arango siempre fueron la aviación y el aeromodelismo. Su hermano Ramiro también es piloto.
Los Mirage 5, de fabricación francesa, fueron comprados por la Fuerza Aérea en 1972 y llegaron en tres versiones. 
Terminó el bachillerato en el colegio Conrrado González Mejía, de Medellín. Entró a la Fuerza Aérea Colombiana en 1973, cuando tenía 18 años, y trabajó allí hasta el año 2000. Desde hace 10 años es piloto de la aerolínea Aires. Es padre de dos hijos y ahora vive con su segunda esposa en una finca en el municipio de Guarne.

Desde el 12 de julio de 1985 su aventura quedó registrada en la historia de la aviación colombiana. Los medios de comunicación lo han contactado en más de una ocasión para que cuente esta historia.

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