Debo admitir que utilizo con reticencia aquellos términos nacidos del periodismo político que pretenden encarnar un concepto plenamente desarrollado valiéndose de la mera conjunción de palabras. Yidispolítica, toconser y primivotante son los que primero vienen a mi mente.
Por Mateo Jaramillo Correa
Estudiante de Negocios Internacionales Universidad EAFIT
bitacora@eafit.edu.co
OPINIÓN. Este último, sin embargo, he decidido adoptarlo para explicar el trascendental papel que desempeñarán los primivotantes en las próximas elecciones presidenciales en Colombia.
Intuir el significado de primivotante es bastante sencillo, razón por la cual no me detendré para aclararlo. Lo que sí vale la pena responder es ¿qué tiene de especial este segmento demográfico que acapara la atención de una campaña en particular?
A mi juicio, tres factores: uno pedagógico, otro práctico y, el más preponderante, uno estético.
Y es que entienden bien los docentes que el futuro de los hombres está determinado por sus decisiones pasadas, por eso los candidatos que han practicado la formación no se constituyen como una opción de resultados inmediatos, maquiavélica y oportunista, sino como una elección que es, desde cualquier óptica, sostenible.
El segundo motivo es tanto más temerario que el anterior, toda vez que implica, además de un reconocimiento a la pedagogía, su más fehaciente ejercicio, pues ¿a quién habría de importarle una franja poblacional históricamente apolítica y, en extremo, inteligente y audaz?
Porque es fácil brindar festines con tamal y sancocho (manifestaciones populares provenientes de la carencia alimenticia), pero ¡qué dificultoso resulta convencer al joven suspicaz y bien educado!
Por eso, para evitar que sean cuestionados sus pasados -combatientes algunos, violadores de la ley los otros- los candidatos prefieren decir "no, gracias" ante el reto que supone captar el sufragio del primivotante.
Es en este escenario que aparece el efecto práctico de una campaña que formula la primera disyuntiva al nuevo elector: votar o no votar, ese es el dilema.
Y creo, además, que nada despreciable debe ser para un aspirante cualquiera a la presidencia de la República contar con el respaldo de una porción coetánea de ciudadanos que es (debido a la inoperante, si existente, política anticonceptiva de gobiernos anteriores) la más grande según nuestra pirámide poblacional, absolutamente similar a la angoleña.
El alcance práctico del primivotante, como esa expresión que recientemente se ha hecho famosa, no suma, multiplica.
Y es que se me antoja una juventud activa, con un altísimo poder de persuasión y capaz de extender sus elaborados raciocinios a toda suerte de familiares y amigos. Es la auténtica gestación de un tsunami.
Surge, entonces un dilema estético ¡y no crea el lector que analizaré con ironía cromática cómo la fórmula naranja es la combinación de un antiguo rojo, con todo y su politiquería, y un antiguo amarillo, con todo y su sindicalismo de antaño!
Hablo, en cambio, de cómo se percibiría al primivotante si acaso decidiere elegir como presidente a un hombre que ha encarnado el apotegma el fin justifica los medios. Sería más bello para este neo elector votar por alguien que, con el color de la esperanza, sea el abanderado de la legalidad democrática.
Me gustó tu corto escrito. Lástima no poder discutirlo personalmente
ResponderEliminarExcelente escrito. No siento más que nostalgia al pensar que el autor no podrá seguir deleitándonos con semejante calidad de contenido (por lo menos en esta vida).
ResponderEliminarGracias por sus comentarios. A Mateo lo recordamos con mucho cariño, y Bitácora se enorgullece en publicar este artículo. Es un regalo que nos deja para que lo disfrutemos.
ResponderEliminar