lunes, 29 de marzo de 2010

“¡Yo no te pegué!, fueron los argentinos”


No todos van acompañados a los espectáculos deportivos. Pero en los escenarios nunca se está solo; siempre cabe la posibilidad de encontrarse a alguien o de entablar amistad con un desconocido. Ese el caso de este periodista quien, de improvisto, se vio rodeado de niños en la semifinal del voleibol masculino entre Argentina y Chile.



Por Andrés Felipe Giraldo Cerón
agiral47@eafit.edu.co

¡Qué “caspitas”!, pensaba mientras los veía acariciarse la cabeza a punta de golpes o “calvazos”, como se les llama en el lenguaje del colegio. Por momentos intentaba ponerle atención al partido, pero las risotadas, los porrazos y las quejas de los chicos me distraían.

Fue en el séptimo día de competencias o quinto luego de la inauguración de los Suramericanos Medellín 2010. Impulsado por la fiebre de los Juegos, y con cronograma en mano, me presenté a las 3:30 p.m. en el coliseo Yesid Santos, de voleibol, para el partido de las 5:30 p.m.

La contienda era entre Chile y Argentina, que disputaban un cupo para la gran final frente a Venezuela, y el perdedor, casilla para pugnar por el bronce ante Colombia.

Luego de una larga espera logré ingresar. En el interior fue inevitable sentir orgullo por el bello escenario. Como buen “rolo” (bogotano) colonizado por la cultura antioqueña y ya creyéndome un paisa de corazón, emprendí con entusiasmo la exploración del lugar.

La afluencia de público era impresionante y en pocos minutos el coliseo estaba a reventar. Me apuré a tomar asiento. Fue entonces cuando me di cuenta en las que me había metido...

A los costados y al frente de mi asiento estaban los niños de la Fundación Ciudad Don Bosco Medellín. Esta institución salesiana, reconocida a nivel nacional, se encarga de ayudar con el estudio, la alimentación y otras necesidades a niños que se encuentran en dificultades.

Eran como diez chicos, pero yo estaba en el área de influencia de cuatro o cinco de ellos. Eran inquietos, risueños y bruscos. Una que otra niña se dejaba asomar por aquí y por allá, pero en realidad eran más juiciosas que los varones.

Mientras comenzaba el partido y Argentina tomaba la delantera en el primer set, Camilo, el más inquieto, acariciaba la cabeza de su compañero con finos golpes y cachetadas. Camilo tiene cara de pícaro. Continuamente sonríe, todo el tiempo sonríe, por lo que sus grandes dientes salen a relucir muy seguido.

Era imposible no ver como los dos niños jugaban a sacarse sangre con los golpes. En realidad era gracioso. Camilo, de ocho años, se dio cuenta que me fijaba en sus travesuras y me miró fijamente, soltándome una sonrisa malévola pero graciosa.

Eso fue suficiente para que tomara confianza y al próximo golpe contra Andrés, su amigo, le dijera que era yo quien le mandaba a golpearlo.
Asombrado negué mi culpabilidad y Andrés, conocedor del diablo que lleva su compañero, me creyó.

Eso sucedía a mi lado izquierdo. Al derecho, dos más grandes, de unos 14 años, se divertían molestando a quien los acompañaba. Le tocaban el hombro izquierdo y se hacían los “locos”, soltando risas traviesas a escondidas. Era un hombre inmenso, gordo, alto, con una espalda ancha y poco definida.

Su actitud despertó mi curiosidad. Parecía cansado, impávido, inalterable. En el fondo era un sujeto triste. De vez en cuando soltaba frases como “ah… bueno, ¡ya! dejen la jodedera” y volvía a su estado vegetativo.

De repente, a mi lado se sentó Yeison, un niño sociable y despierto. En ese momento, Argentina ya había ganado el primer set e iba arriba en el marcado en el segundo.

- Y usted, ¿por quién va? –me preguntó como si viniera con los del Bosco, con lo que me alegré porque quería decir que le inspiraba confianza.
- Yo voy por Chile.
- Y ¿de dónde es usted?
- Pues de aquí –respondí extrañado.
- Ah, yo creí que era de otro lado… Yo voy por Argentina.
- Voy por Chile porque los argentinos siempre nos ganan.

Con mi comentario se quedó un rato pensando y me preguntó:
- Yo mejor voy por Chile… pero, ¿y si pierden?
- Pues te cambias de equipo antes de que termine el partido -y se rió con gracia.

Al lado de Yeison estaba Asprilla. En realidad, y no miento, tenía su parecido con el afamado ex futbolista colombiano. Al pobre Asprilla lo molestaban mucho y siempre se quejaba, no con el sujeto grande que los cuidaba, sino con otro niño un tanto más grande que de vez en cuando los regañaba y los ponía en su sitio. Era un líder dentro del grupo.

Esta era la tribuna más animada. De acá nacían todas las “olas”, promovidas por el mismo público, y las barras de apoyo para chilenos y a argentinos.

De todos los chiquillos que asistieron al evento, porque en realidad ni se enteraron del partido, me sorprendió mucho Óscar Quiroga. Con nueve años, era curioso y observador. Tenía una actitud inteligente, tratando de entender el funcionamiento del juego, del tablero y de todo el partido en general. Preguntas como, y qué pasa si, y por qué y cuando… me azotaban mientras Camilo le pegaba a Andrés y viceversa.

Yeison se había pasado a mi lado y se recostaba en mí y los muchachos seguían molestando al sujeto gordo. Se entiende por qué no vi el partido ¿verdad?

Final, final, no va más…
El juego estaba próximo a terminar o por lo menos parecía liquidado. Argentina, con gran superioridad, vencía a Chile 2 sets por 0 y su contrincante no mostraba condiciones para revertir el resultado.

En el entretiempo, Yeison me preguntó qué carajos hacía en el coliseo. La pregunta era lógica: me había observado tomar fotos a diestra y siniestra, tomar apuntes extraños y preguntar nombres entre el público.

- Yo estoy estudiando periodismo.
- ¿Y qué hace uno de periodista?
- A ver… Vos sabes que no todo el mundo tiene tiempo para estar informado de las cosas que pasan en todos lados. Mi trabajo es informar a la gente sobre las cosas que pasan.
- ¡Como un noticiero! –agregó Andrés que escuchaba nuestra conversación.
- Eso, así más o menos.
- ¡Uy…! uno debe ganar mucha plata con eso –exclamó Yeison, con lo cual solté una carcajada.
- Ojalá, pero en realidad todo depende de lo que me dé a conocer. Si soy juicioso trabajando mucho, tal vez me vaya bien.

Con esto me quedé pensando un momento en lo que había dicho y con cierto sentimiento paternal agregué otro comentario:
- Estudiar siempre vale la pena. Es lo más importante que hay en la vida. Si uno estudia juicioso y es trabajador, seguro le tiene que ir bien y ganar bien.

El niño ni siquiera me preguntaba por el estudio. No creo que tuviera una duda acerca de su continuidad escolar o estuviera pensando abandonarlo. Mi comentario se salió de mi boca, no lo pensé y así quedó flotando en el aire porque Yeison no pareció haberle prestado atención.

En ese momento el sujeto grande que los cuidaba se paró de golpe y con voz firme pero sin mucho ánimo les indicó que se tenían que ir. Uno por uno, mis amigos se despidieron de mí, deslizando su mando con la mía y apretando el puño para chocarlos, en señal de amistad. Me sentí contento de haberlos conocido y de aprender mucho de ellos, así fuera en un corto tiempo.

En menos de lo que canta un gallo, el partido quedó fulminado. Argentina devastó a Chile, propinándole 3 sets a 0 en el marcador.

La potencia y el orden de los argentinos (foto) superaron en todo sentido el juego de los chilenos.

Cuando llegué al coliseo tres o cuatro horas antes pensaba que me tocaría asistir solo al espectáculo. Al salir del partido, las cosas habían cambiado.

Ver a toda la gente, a los medellinenses, los chilenos, argentinos, extranjeros, todos haciendo “la ola”, gritando en favor de un equipo u otro; al ver a los niños del Bosco alegres, risueños y compartiendo conmigo, comprendí que no asistí solo: entré al estadio solo, pero asistí al espectáculo con 10 hermano y con casi 2.400 amigos que compartían juntos el sentimiento único de los Suramericanos.

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