Son los campeones anónimos de las nuevas obras para los Juegos Suramericanos que se construyen a toda velocidad y con frenesí (porque también están en una carrera contrarreloj). Quienes levantan los hermosos coliseos deportivos son, a su modo, unos verdaderos héroes de la actividad física.
Texto y fotos Daniel Valencia Yepes
dvalen16@eafit.edu.co
OPINIÓN. Todos hemos venido leyendo, oyendo y hablando -hasta la náusea- acerca de la novena versión de los Juegos Suramericanos Odesur (Organización Deportiva Suramericana) que tendrá lugar en Medellín. Sabemos que participarán deportistas de toda la región en 31 deportes distintos, que se están remodelando y mejorando los escenarios deportivos y, en fin, que la ciudad se prepara para esto.
Pero detrás hay mucho más de lo que nos cuentan, quizá porque no son asuntos a los que los medios de comunicación les presten atención. La relevancia del evento la han dejado clara los medios desde que, en el año 2006, la ciudad obtuvo el nombramiento como sede del mismo.
Es entendible: cómo no invertir y hacerle publicidad a este acontecimiento que se traduce en incremento del turismo y del comercio, reconocimiento para la ciudad y la visita de deportistas de talla internacional.
El empleo que genera un certamen de tanta envergadura es alto y da oportunidad a numerosos profesionales de todas las ramas en los sectores productivo e informal, quienes también se ven involucrados en las “carreras”, es decir, en la urgencia por culminar las obras.
Y cuando digo que hay mucho más detrás de todo esto me refiero a unos “actores de primera línea” en este proyecto: los obreros de las construcciones.
Trabajo en equipo. Al igual que en el fútbol o en el baloncesto, la unión hace la fuerza.
Son aquellos que madrugan día tras día desde los más lejanos barrios del área metropolitana… Esos atletas, a su modo, que no reciben los alimentos con especificaciones dietéticas especiales como los que tendrán los deportistas… Aquellos que apenas si alcanzan a cargar la famosa “coca” con unos alimentos básicos y que toman a la hora del descanso acompañados con una aguapanela traída en algún frasco… Aquellos que cumplen afanosamente con sus actividades físicas, pero que no deportivas sino laborales...
Es que, me pongo a pensar, cuánto esfuerzo, resistencia, dedicación, sacrificio, práctica y ejercicio necesitan a diario estos “atletas” anónimos para cumplir con su trabajo y ganarse el sustento.
La diferencia es que no levantan pesas sino vigas y ladrillos; sus manos no están blancas por la tiza que usan los deportistas para no tenerlas resbalosas sino por mezclar arena, cemento y cal; tampoco llevan la cara pintada con la bandera de algún país, sino por la pintura que les salpica; los cayos que tienen en sus manos no son por utilizar algún implemento deportivo (pesas, jabalina, garrocha, barras) sino por, como dice Jaime Elías Góez, un obrero que trabaja en estas remodelaciones, “echar pico y pala” y “voliar coche” (llevar una carreta).
No practican el lanzamiento del martillo, pero martillan… No hacen que la audiencia los ovacione de pie, pero levantan los muros de los lugares donde espectadores y participantes celebrarán los triunfos…
Estas obras exigen gran esfuerzo físico y sus espectadores son los transeúntes de la vía, quienes no hacen “olas” ni coros, no aplauden ni gritan vivas a ninguno. Por el contrario, muchas veces les lanzan gritos, insultos y regaños.
Apenas si nos fijamos en ellos. No nos detenemos un segundo a pensar en lo necesaria y ardua de su labor. No dejamos de un lado por un instante nuestro egoísmo y prestamos poca atención a estas personas que “compiten” mañana, tarde y noche, en medio de la lluvia o del intenso sol.
Son verdaderos atletas que están a punto de terminar su competencia contra el reloj porque los Juegos están encima. Por lo visto, van a ser también ganadores porque su labor ha sido muy buena. Sólo que se irán a casa sin ninguna medalla.
Es que, me pongo a pensar, cuánto esfuerzo, resistencia, dedicación, sacrificio, práctica y ejercicio necesitan a diario estos “atletas” anónimos para cumplir con su trabajo y ganarse el sustento.
La diferencia es que no levantan pesas sino vigas y ladrillos; sus manos no están blancas por la tiza que usan los deportistas para no tenerlas resbalosas sino por mezclar arena, cemento y cal; tampoco llevan la cara pintada con la bandera de algún país, sino por la pintura que les salpica; los cayos que tienen en sus manos no son por utilizar algún implemento deportivo (pesas, jabalina, garrocha, barras) sino por, como dice Jaime Elías Góez, un obrero que trabaja en estas remodelaciones, “echar pico y pala” y “voliar coche” (llevar una carreta).
No practican el lanzamiento del martillo, pero martillan… No hacen que la audiencia los ovacione de pie, pero levantan los muros de los lugares donde espectadores y participantes celebrarán los triunfos…
Estas obras exigen gran esfuerzo físico y sus espectadores son los transeúntes de la vía, quienes no hacen “olas” ni coros, no aplauden ni gritan vivas a ninguno. Por el contrario, muchas veces les lanzan gritos, insultos y regaños.
Apenas si nos fijamos en ellos. No nos detenemos un segundo a pensar en lo necesaria y ardua de su labor. No dejamos de un lado por un instante nuestro egoísmo y prestamos poca atención a estas personas que “compiten” mañana, tarde y noche, en medio de la lluvia o del intenso sol.
Son verdaderos atletas que están a punto de terminar su competencia contra el reloj porque los Juegos están encima. Por lo visto, van a ser también ganadores porque su labor ha sido muy buena. Sólo que se irán a casa sin ninguna medalla.
Excelente artículo
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