martes, 25 de mayo de 2010

Guerrero a blanco y negro

El 30 de enero de 2007 Juan Carlos Guerrero, de 18 años, hizo escala en La Habana en su camino hacia Rusia al Festival Internacional de Ajedrez Aeroflot. Allí comenzaron las penurias y aventuras para este muchacho que ostenta el título de Maestro Internacional del juego ciencia. Este artículo fue escogido como Mejor Crónica de la VI Versión de Periodistas en la Carrera.

Texto y fotos María Paola Aguilar
Maguila5@eafit.edu.co

Guerrero iba solo en este viaje. Según él, es muy independiente en el juego, no le gusta que la familia vaya a verlo o cuando está en el ambiente del ajedrez. Ya varias personas le han dicho que tiende a “mirar feo” y a ser “malaclase”.

Se acercó al puesto de atención del aeropuerto de La Habana para hacer el check-in a Moscú.

- Señor, usted no puede viajar. Su pasaje no ha sido autorizado -le dijo la mujer con tono costeño.
- ¿Quéeeee? ¿Pero cómo así? ¡Yo tengo que viajar, voy para un torneo de ajedrez! –dijo sorprendido.
- Lo siento señor, le toca esperar a que lo autoricen -le respondió la mujer sin mirarlo.

No entendía qué estaba pasando. Hasta después de varias horas de explicaciones, llamadas y reuniones con la aerolínea entendió que debía quedarse hasta que su pasaje lo autorizaran desde Rusia. Se quedó en unas residencias universitarias donde cada noche le costaba 25.000 pesos colombianos.

Al otro día fue a la Embajada de Colombia donde el embajador, Luis Guillermo Becerra, asumió el caso: fue a la aerolínea y les pidió el favor que le hicieran los trámites para la autorización del tiquete y, si era el caso, les pagaba el pasaje para que se pudiera ir. Pero la aerolínea reportó que no tenía cupos disponibles, así que le tocó esperar hasta el otro día por la tarde.

Llegó a Moscú a las seis de la mañana. La temperatura era de menos 20 grados. Conoció a un colombiano en el avión que tenía conocimiento del idioma y le colaboró tomando un taxi y dándole las indicaciones para que no se perdiera en una ciudad que, según él, es tres o cuatro veces Bogotá.

En el carro estaba el conductor y en el puesto del pasajero su hijo, quien sabía hablar inglés, al igual que Guerrero. El hijo del conductor le contó que ese día su mamá estaba cumpliendo años y que ellos estaban celebrando.

¿Celebrando?, ¿cómo?, se preguntó silenciosamente. Todo fue más claro cuando la botella de vodka iba y venía.

- Do you want some vodka? -le preguntó el joven.
- No, thanks. I’m fine -le respondió. Siguieron por las calles congeladas de Moscú hasta que el taxi paró.
- Are we there yet? -preguntó Juan.
- No, my dad is sick -le dijo el joven. ¿Enfermo, cómo así? ¡Yo tengo que llegar ya a ese torneo!, se decía Guerrero a sí mismo mientras veía que el conductor daba unos pasos lejos del carro y vomitaba. ¡Está borracho!

La preocupación de Juan Carlos aumentó, estaba necesitado de llegar a tiempo al torneo a jugar la segunda ronda, pero ahora debía preocuparse por llegar vivo con un conductor ebrio en unas calles congeladas, mojadas, desconocidas y de cuatro carriles. El olor a vómito era inevitable porque las ventanas no se podían abrir por el frío congelante que azotaba.

Una hora y media después y 50 dólares menos en el bolsillo, Guerrero llegó al hotel de tres estrellas y 5.000 habitaciones donde tuvo que buscar en cada recepción (la alfa, la beta, la gamma...) si su nombre estaba registrado allí porque no había una recepción que tuviera la información de todo el hotel.

Juan Carlos logró jugar su segundo round (por el primero, que no había jugado, le dieron un punto debido a su situación). Todos los días salía a caminar y a conocer lo que podía, luego iba a las partidas que tenían una duración aproximada de cinco a seis horas. Así fueron todos los días durante más o menos un mes.

Llegó el día de devolverse a Colombia. Guerrero, muy juicioso, estaba desde las seis de la mañana esperando el bus que lo iba a llevar a él y a otros competidores al aeropuerto. El carro salió a las siete y los llevó directamente al terminal aéreo. Juan llegó al puesto de atención y la mirada de la mujer que recibió sus papeles lo asustó.

Ella comenzó a regañarlo en inglés y ruso a la vez. Él le decía en ruso lo único que sabía decir: “не понимаю” (no entiendo). No entendía nada, hasta que finalmente se dio cuenta que su vuelo no era a las dos de la tarde, sino a las 2 de la mañana.

Caminaba de un lado a otro del aeropuerto buscando quién le podía ayudar. Un compañero argentino que residía en Estados Unidos le propuso llamar al hotel donde los coordinadores todavía estaban hospedados. El argentino le dio una tarjeta que tenía saldo para sólo una llamada.

Marcaron, contestaron en ruso -y debían hacerlo en inglés-, entonces colgaron. Después se dieron cuenta que había sido una broma de un compañero. Juan estaba sin plata, el argentino ya había cambiado su dinero a dólares y no tenían un centavo en moneda local para llamar de nuevo o para pagar un taxi rumbo al hotel. Los dos caminaron por todo el aeropuerto y se encontraron con un amigo del argentino que le regaló dinero a Guerrero.

Tomó un taxi, un Lada. Estaba haciendo tanto frío que la llave y el sitio donde se inserta estaban congelados. El conductor prendió un papel para descongelarlos, el carro se empezó a incendiar, lo mismo que casi le pasa a la maleta de Juan.

Se fue al hotel en tren y allá con los coordinadores acordó viajar con ellos a San Petersburgo hasta que hubiera cupos en la aerolínea para volver a Colombia, pero siempre con la preocupación de no poder regresar porque su visa estaba a punto de vencer.

Viajaron en tren durante ocho horas a San Petersburgo jugando ajedrez. Llegaron a las seis de la mañana. El frío era peor que en Moscú, mientras que caminaban por la ciudad buscando el hotel que habían reservado. El desespero por el cansancio y el frío los obligó a buscar entre la neblina el primer hotel u hostal disponible.

Entraron al primero que vieron. Desde afuera se escuchaba música electrónica. En ese momento Guerrero se empezó a asustar al recordar la película “El hostal”. Tres mujeres jóvenes, dos francesas y una rusa, les abrieron la puerta: estaban bailando y tomando. Los invitaron a pasar y les dieron hospedaje.

Al final, a cada uno lo subieron al cuarto y lo cobijaron. Guerrero se levantó y cerró la puerta con seguro porque tenía miedo de que pasara algo inusual y muriera. Después de 4 días de turismo en San Petersburgo volvió a Colombia.

Juan Carlos actualmente es estudiante de tercer­/cuarto semestre de Ingeniería Física en la Universidad EAFIT y es Maestro Internacional de ajedrez con una de las tres normas de Gran Maestro.

Conoció el ajedrez hace nueve años cuando una profesora de su hermana se le regaló uno con motivo de su primera comunión. Él no sabía para qué servía ese tablero ni esas fichas, pero los amigos de la unidad residencial comenzaron a decirle que se los prestaran: no entendía cómo se podía jugar con eso.

Sus amigos estaban en un curso en el polideportivo de Envigado donde daban clases gratis. Juan Carlos decidió ir a ellas, dictadas por Jorge Mario Clavijo, un profesor exigente.

En 2000 participó en el Campeonato Departamental Sub12 y quedó séptimo, tenía solo 11 años. El profesor, confiando en su talento, le pagó con ayuda de los padres de Juan el viaje a Cartagena para participar en el Campeonato Nacional Sub12.

Para este torneo iban los cuatro primeros del Departamental pero como él y un compañero, David Arenas, eran los más jóvenes, con menos experiencia y tenían talento, les permitieron ir.

Al año siguiente participó en el Campeonato Continental de las Américas donde van los mejores jugadores de América. Con esfuerzo su mamá pagó 300.000 pesos de inscripción para participar. Viajó a Cali con el pie enyesado y en la primera ronda jugó con el campeón de Colombia que inmediatamente lo sacó de juego.

Según Guerrero, su mejor año deportivo fue 2002, cuando tenía 13 años. Ese mismo año, por indisciplina, le advirtieron en el colegio militar en el que estudiaba que se tenía que cambiar de establecimiento.

John Jairo Escobar, es ese tiempo gerente del Inder, le dijo que participara en el Departamental Intercolegiado y lo metía al plantel educativo que quisiera. Guerrero ganó y pidió el Colegio Restrepo Molina, pero no había cupos y entró entonces al Instituto Educativo Envigado donde conoció a su profesor de física que lo motivó estudiar la carrera que hoy cursa porque, según el docente, “él tiene algo especial para esto”.

También fue el ganador del Campeonato Departamental Sub16 en 2003 y en 2004. En 2005 fue el campeón Departamental Sub18, con el que clasificó al Nacional y para el cual se preparó durante tres semanas consecutivas en las que no fue al colegio.

Guerrero ganó y el 24 de mayo de ese año viajó a Francia con su entrenador y con David Arenas. En este campeonato, según Juan Carlos, le fue regular: de 160 jugadores quedó de 60. A Brasil no pudo ir debido a que el pasaporte estaba en trámites para la visa a Francia.

Juan terminó el colegio ese año y decidió no comenzar la carrera sino darse un año dedicado al ajedrez. Se levantaba a las siete de la mañana a trotar, de 8 a 11:30 entrenaba ajedrez, de 12 m. a 1 de la tarde nadaba, de 2:30 a 6 p.m. entrenaba de nuevo ajedrez.

El propósito para ese año era irse para España a un entrenamiento durante tres meses, pero no puedo debido a que no le dieron la visa por llegar media hora tarde a la cita. El motivo: por haber estado jugando un torneo.

Juan se toma el ajedrez como un deporte serio, es un joven sencillo, amable, gracioso e inteligente. Tiene como propósito viajar el otro año a Rusia, ganar las normas para ser Maestro y participar en más torneos.

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