Colombia tiene derecho a respirar aire puro que no esté desgastado por dos siglos en el poder, donde los intereses particulares no prevalezcan sobre los nacionales y donde las ideologías partidistas no se confundan hasta tal punto que no se sepa diferenciar una de otra.
Por Simón Pérez Montoya
Estudiante de Ciencias Políticas Universidad EAFIT
sperezmo@eafit.edu.co
OPINIÓN. Pero además, en donde el “daltonismo político” no sea una constante y la única opción aparente no sea mantener el statu quo. Que quienes han detentado el poder no sigan dando estocadas a la democracia aludiendo a “razones de Estado” o que prefieran ganar adeptos poniendo en práctica sus políticas de gobierno en detrimento de las políticas de Estado.
La política colombiana ha sido monotemática y excluyente durante su recorrido histórico, obviando incluir las distintas esferas del desarrollo, la heterogeneidad productiva, la diversidad geográfica y cultural del país y, sobre todo, desconocido los derechos fundamentales de personas que desde sus primeras bocanadas de aire no han tenido acceso a un mínimo vital, a una familia, a una educación...
Así las cosas, se puede afirmar que una de las formas más optimas y más honrosas de hacer política es optar por una que incluya y tenga en cuenta el valor del sentido y la memoria colectiva.
Una en donde los ciudadanos y ciudadanas expresen su dimensión política sin tener que ser miembros de ningún partido o colectividad y en donde las palabras congraciantes, las ideologías fanatizadas y los discursos elocuentes no superen la visibilidad de las ideas y, por el contrario, sus expositores lideren con sus actos y modos de vivir lo que Emmanuel Kant, en Crítica de la razón pura, expone: utopías.
Es decir, es posible poner en práctica los imperativos categóricos, en donde los individuos gobernados y gobernantes puedan actuar de acuerdo con máximas con carácter de leyes universales y, para el caso de Colombia, máximas que se acerquen a valores y principios morales, en donde se empiece a tener presente que el respeto por la vida debe imperar como principio superior por sobre cualquier otro.
En política, y sobre todo en Colombia, la relación costo-beneficio político debe replantearse e incorporarse en la vida colectiva. El llamado “costo político” parece haber sido obviado del sistema político colombiano y pocos ciudadanos lo tienen incorporado en su manera de vivir juntos.
Este concepto produce miedo en la clase dirigente porque a mayor “costo político” son menos los votos para el individuo, a quien se le cobra sacándolo de la esfera de gobierno y, en el caso más extremo, del poder político.
El país se halla ante un imperativo ético y político. Ese es el gran reto: aprender de los errores del pasado, incorporar la memoria histórica como fundamento de sus decisiones públicas, evitar seguir perdiendo la memoria colectiva expresada en el olvido, como ocurrió con la pérdida del istmo de Panamá producto de una guerra intestina (la de los Mil Días), el Bogotazo por la exclusión política o las guerras fratricidas internas como la violencia del 48 al 58, y el Frente Nacional, entre otros.
Cabe decir que no todo está perdido y que hay un aire puro en el ambiente que viene acompañado de otra forma de hacer las cosas y de pensar al país.
Esta renovada atmósfera puede cambiar para bien el imaginario de la sociedad donde vivimos en donde el respeto, la dignidad y la legalidad sean una realidad, cambiando las mentes y las prácticas, en donde prime la ética y la moral y, sobre todo, donde los ciudadanos acepten ser protagonistas de otra manera de hacer y sentir la política. Es el futuro que se avecina.
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