jueves, 15 de octubre de 2009

Altavoz, furia hecha música

Durante tres días, Medellín vivió su mayor festival de rock, ese género que en Altavoz 2009 mostró sus más destacadas facetas y vertientes. 60 mil jóvenes aguantaron largas filas y la lluvia en este evento que reunió a importantes bandas nacionales y extranjeras.


Treinta agrupaciones se presentaron en los tres días que duró Altavoz 2009.

Por Agustín Patiño Orozco
http://elfarorojo.blogspot.com/

Fotos Daniel Valencia Yepes
http://daniel-contrapunto.blogspot.com/

¿Tiene sed? Le tengo el agua o la limonada.
¿Tiene hambre? Le tengo el sánduche, el pastel o la empanada.
¿Hay mucho sol? Le tengo la gafa con o sin filtro.
¿Hay muchas nubes? Le tengo la carpa con gorro o el plástico.
¿Impaciente? Le tengo el chicle o el cigarrillo que quiera.
¿Triste? Le tengo el “brownie feliz”.
¿Sobrio? Le tengo la cerveza, el vino, el guarito, lo que sea...

Sed, hambre, incomodidad, ansiedad, cansancio… ¿Qué más se puede decir de una larga, larguísima fila? Los venteros ambulantes fueron los primeros beneficiados con el Festival Internacional Altavoz 2009, pues en su recorrido por toda la fila de ingreso solucionaban a un precio de temporada los problemas de todos los que allí estábamos.

Un fuerte sol azotaba la ciudad y las espaldas de los que hacíamos la cola ese sábado 10 de octubre. Comenzaba el festival dando inicio a tres días de música, celebración y unidad en los cuales se presentarían más de 30 bandas locales, nacionales e internacionales de géneros tan diversos como el metal, el reggae y la música electrónica.

Años atrás, para nadie habría sido problema entrar a la cancha auxiliar Cincuentenario, contigua a la Universidad de Antioquia, donde se celebra anualmente este evento. Este año la asistencia masiva (más de 20 mil personas en el primer día y un aproximado total de 60 mil almas en los tres días) significó que las filas se extendieran a lo largo de todo el costado sur de la universidad y tardasen varias horas para llegar a la entrada.

Un día soleado, camisetas negras
Era la apertura del festival con las bandas de punk y metal, y justo en esa fila me encontraba yo. Esperando… Había llegado a eso de las 3:30 p.m. y aproveché el tiempo de sobra para fijarme en todo lo que me llamara la atención.

A diferencia de lo ocurrido en anteriores festivales, las filas se hicieron extraordinariamente largas, casi eternas. Pero esto, que a los que esperábamos se nos hacía un lento tormento en el que el avance se medía en metros por hora, para los venteros ambulantes era una bendición caída del cielo.

También caía la tarde. A medida que me acercaba a la entrada del Cincuentenario podía escuchar mejor a quienes estaban en tarima, y yo, que llevaba casi tres horas en la fila, oía a la banda paisa de gothic metal Tenebrarum (desde afuera, claro está).

A las 8 .pm. llegué por fin a la entrada y tras escuchar el sermón que le daba un policía a un joven de gorra militar, pasé por una minuciosa requisa a cargo de un policía bachiller cuya amabilidad contrastaba con la del agente de la entrada.

Exodus, una tormenta sonora
Lleno total. Así podría describir lo que vi al entrar. Acababa de salir del escenario la banda de death metal (también paisa) Masacre y la expectativa aumentaba en el ambiente, pues a continuación se presentaría la agrupación estadounidense de trash/speed metal Exodus.

No tardé en encontrar algunos amigos y tomar asiento para descansar un poco mis piernas antes de la tormenta sonora que se avecinaba. Una de las novedades de Altavoz consistió en que el piso del Cincuentenario estaba totalmente entapetado, lo que me permitió sentarme tranquilamente, a diferencia de anteriores festivales en los que el piso se convertía en un autentico lodazal.

Pruebas de sonido: batería primero y luego guitarras. Por último, el bajo. El logo de Exodus apareció en las tres pantallas ubicadas atrás y a los lados de la tarima. Empezó a salir humo y se bajaron las luces del escenario.

Otra novedad este año fue el complejo montaje de luminarias que esta vez estuvo programado para seguir los complicados ritmos de la batería de las bandas internacionales.

Tres golpes con las baquetas y la batería marcó el inicio de la furia hecha música. Exodus, una de las bandas insignia del trash/speed metal estadounidense (y que se fundó casi en simultánea con la legendaria Metallica) comenzó su presentación llena de ritmos rápidos, cambios violentos y furiosos solos de guitarra.

El “pogo” no se hizo esperar y los afiebrados por el metal rápido se sumieron sin problemas en la vertiginosa circunferencia que éste describía junto al escenario.

El “pogo”, también llamado “licuadora”, es un baile patentado por el famoso bajista de la banda británica de punk Sex Pistols y consiste en un grupo de personas que gira rápidamente (y violentamente) al ritmo de la música.



Kreator, la leyenda del trash metal europeo
Rondando las 10 p.m. se despidió Exodus y entró Kreator, banda alemana fundada en 1982 y una de las más importantes en el ámbito del trash metal europeo. Poderosos riffs de guitarra retumbaronn en el Cincuentenario. Las luces siguieron el ritmo del doble bombo del baterista Jürgen Reil, el cual dejó boquiabierto a más de uno con un fantástico solo de batería con el cual no sólo demostró su virtuosismo como músico, sino como malabarista.

Para destacar el gesto del vocalista de la banda, Mille Petrozza, quien sacó a la tarima la bandera de Colombia y la ondéo después de disculparse por haberla mostrado al revés en un principio. También es de destacar el cierre de Kreator, que estuvo a cargo del más joven de sus miembros, un niño que incursiona desde ya el mundo de las estrellas del metal.

Se despidió Kreator y los exhaustos asistentes, que como yo llevaban varias horas de pie, se sentaron a esperar a la banda que cerraría la primera jornada de Altavoz: La Pestilencia, agrupación de hard core/punk fundada en 1989 por el bogotano Héctor Buitrago.

Una leve llovizna cayó sobre la gente y anunció el diluvio que caería al día siguiente. El sábado 10 de octubre estaba por terminar y Altavoz cerraba la jornada con la celebración por los 20 años de La Pestilencia.

Un día gris, camisetas de colores
Al día siguiente las cosas no cambiaron mucho en la fila. Fue un poco más corta y más ágil, nada más. Desde las 2 p.m. el cielo amenazó con reventar en una tormenta sin igual, pero pasó el tiempo y a las 5:30 la lluvia aún se hacía esperar.

A diferencia del día anterior, había muchas más mujeres en la fila y muchos más colores en la ropa, pues ese domingo 11 era el día del rap, del reggae y el ska.

A las 6:30, y cuando me encontraba justo en la entrada del Cincuentenario, el cielo no aguantó más y dejó caer el aguacero más fuerte de los últimos días en el Valle del Aburrá.

También hicieron fiesta los venteros ambulantes: las carpas que se vendían diez minutos antes a $2.000, pasaron a costar $3.000. Y en medio del diluvio, ¿quién regateaba? Hasta los policías se resguardaron de la poderosa tormenta dejando que muchos otros y yo pasáramos sin la rutinaria requisa.

Adentro se vivía con rigor el dicho aquel de “en tiempos de guerra, cualquier hueco es trinchera”. Las vallas, los baños o cualquier cosa servía para protegerse de la lluvia. Y yo, que no quise comprar la carpa de $2.000 y mucho menos la de $3.000, me quedé ahí, mojándome.

La lluvia no cesó en toda la noche, pero sí disminuyó en intensidad un poco antes de que saliera la primera banda que vería en todo el día: Providencia.

Después de una larga espera mientras se ajustaba el sonido (que debió ser reinstalado por la lluvia) salió al escenario la banda paisa de reggae Providencia, que con sus mensajes conmovió a todos los asistentes. Las banderas tricolores de los rasta (verde, amarillo y rojo) y una que otra de Jamaica ondearon sobre el público y jugaron con las luces de la tarima creando efectos ópticos de increíble belleza.

Después de Providencia se presentó la banda ibaguereña Dafne Marahunta, la cual toma ritmos caribeños y los fusiona con toda clase de sonidos colombianos. Ni la lluvia impidió que el púbico bailara con la música, pues después de todo bailar era la única solución al frío que hacía en el Cincuentenario.

Pese a esto, la lluvia aumentó de nuevo y decidí irme a eso de las 9:30 justo cuando iniciaba la presentación del Instituto Mexicano del Sonido, agrupación fundada en 2005 por el también mexicano Camilo Lara y que reencaucha éxitos del bolero, la salsa o la cumbia y los fusiona con electrónica.

Mojado y cansado, pero feliz y a la espera de la edición de 2010, así terminó para mí el Festival Internacional Altavoz 2009, que finalizaría en realidad el día siguiente, lunes 12, con las presentaciones de Tres de Corazón, La Mojiganga y Fobia.

Para mí era tiempo de salir y volver a la realidad. Dos días de rock metido en las venas fue más que suficiente. Que otros terminaran de gozar por mí.

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