En los ocho conciertos del festival Medellín de Jazz, el combo de músicos cumplió lo que Count Basie les exigía a estos intérpretes: “Si tocas una melodía de jazz y las personas no mueven los pies, no la toques más”. La ciudad no se quedó atrás.
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Texto y audios: Daniel Armirola Ricaurte
darmirol@eafit.edu.co
Fotos y video: Gloria García Valencia
ggarciav@eafit.edu.co
Cada día, Medellín brinda más espacios para públicos y oyentes que parecieran no tener cabida en una cultura en la que predominan los reggaetones, vallenatos, el rock o cualquier cosa diametralmente opuesta a esa música que hace, de algún modo, voltear la vista a la babilónica Norteamérica con una mirada distinta.
El jazz es esa música mágica que tiene vida por sí misma en un campo donde para el intérprete siempre será difícil pisar: la experimentación y la creatividad musical, el explorar los límites del sonido utilizando un instrumento para viajar, como lo haría cualquier aventurero, a través de un negro mar que va sacando nota tras nota, pero que también tiene el peligro de hacer naufragar al músico no muy talentoso o preparado.
Esa música de tantos genios como Miles Davis, Thelonious Monk, Art Blakey, Chick Corea, Wayne Shorter, llegó a Medellín a entretener a un público en apariencia difuso. Ahora se nota un interés creciente por el jazz en esta capital, el cual se hizo evidente en los conciertos del 13º Festival Internacional de Jazz Medellín 2009.
Dave Valentín, reconocido hispano dedicado al jazz desde su juventud en las calles de Nueva York, tocó el viernes 20 de septiembre. Los que conocen de salsa tenían la expectativa de ver en vivo con qué saldría este hijo de la prestigiosa Escuela de Música y Artes de Nueva York. Sin embargo, no era claro si existía suficiente público interesado en ir al evento.
La 70 pareció una calle de Miami
A las 8 de la noche comenzó a llenarse de gente la avenida 70 entre las circulares 3ª y 5ª, en el sector de Laureles, donde estaba dispuesto todo un aparato logístico para organizar el lugar del concierto, al aire libre.
El buen ambiente comenzó una hora antes de que subiera Dave Valentín al escenario. Se escogió una vía concurrida y tradicional para poner a sonar un buen concierto de latin jazz, sin que nadie pagara un centavo por la entrada. Lo otro que ayudó a propiciar el buen ambiente fue los bares, restaurantes y licoreras que ofrecían sillas al aire libre y venta de productos a precios razonables.
Al principio no hubo tanto movimiento, aunque se fue gestando con la aparición de la orquesta de Mario Kaona, denominada Latin Jazz Ensamble, que con elementos musicales diversos y fusionados fue ambientando al público.
La carrera 70 se mostraba como un pequeño Miami o San Juan con edificaciones iluminadas con luces tropicales que rememoraban a esas urbes caribeñas, coloridas al pie de ese mar que inspiraría a, incluso, esa música que se oye a ritmo de congas y trompetas. El elemento local eran esos viejos carboneros que expandían sus ramas alrededor del concierto y que bajo el viento bailaban como si esperaran desde hacía décadas oír música latina tronando a su lado.
La buena ubicación, el licor, la comida, la posibilidad de sentarse y escuchar atentamente, y un trabajo logístico sincronizado, construyeron una noche de jazz memorable.
Para el momento en que se presentaba Valentín había un público animado que sorprendió incluso a la misma banda. El músico entró haciendo alusión a algunos acordes del tema “Footprints” (Huellas) del legendario Miles Davis.
Toda su presentación podría resumirse como una completa diversión tropical que crispó al público durante una hora de concierto.
Valentín llegó incluso a comunicarse musicalmente con los asistentes de una forma muy cercana, al punto de que la gente cantó fuerte y en forma sincronizada los acordes que él ordenaba. En su punto más reconocible, el público rió por las expresiones extrovertidas de este pintoresco flautista.
La agrupación que lo acompañó tuvo momentos superlativos pues hizo alarde de gran acoplamiento musical, instrumentos libres y en constante evolución a lo largo de las canciones. Y, sobre todo, una alegría permanente durante el concierto.
“Es muy especial tocar con una persona de estas, uno cree que nunca va a poder hacerlo”, dijo Juan Guillermo Aguilar, baterista de bandas de Medellín como Puerto Candelaria, quien tuvo la oportunidad de tocar con Valentín: “Es una sorpresa tocar con él y sentir que es como un amigo, como si uno llevara tocando con él toda la vida, y no tener el estrés de cuando uno toca con un maestro. Es estar ahí tocando con un man que tiene una energía increíble”.
Tal energía es la base del latin jazz de Valentín: se trata de un juego y extroversión, alegría libre que lúdica va navegando ese mar negro de la creatividad musical y la improvisación. Y que riéndose finaliza airosamente su viaje sonoro.
Al llegar a Medellín demostró que de eso se trataba todo. Fue la energía creativa la que caracterizó el concierto como tal. El público se vio enérgico con una corriente musical que sí tiene cabida en su cotidianidad. Lo que demostró es que el jazz en Medellín vale la pena.
Gilmar Betancourt entrega el balance del concierto.wma.MP3
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